Son pocas las historias que te atrapan, son pocas pero existen. El hombre que ríe de Salinger es una de ellas. Lo más resaltante no es la historia principal narrada por un niño de nueve años, ni muchos menos el año (1928) en que transcurre el relato; me atrevo a decir que es la historia tras el trama principal que hace de este cuento algo magnifico. Es como en la fotografía de un famoso que se muestra en el fondo un Ovni volando en el cielo, dejas de lado al famoso y centras tus ojos en el Objeto Volador No Identificado por que te intriga y la observas por un tiempo intentando resolver el misterio.
La historia es intrigante, narrada por uno de los personajes que utiliza el relato chino del “Hombre que ríe” para tranquilizar a los niños del autobús; pero eso no es lo interesante, lo que narra El jefe (como es llamado ese personaje en la historia), es la vida del único hijo de un acaudalado matrimonio de misioneros, que es conocido como “El hombre que ríe”, el niño es raptado por unos bandidos chinos que piden un rescate para devolver al niño, los padres del “Hombre que ríe” se niegan a pagar el rescate por su inclinación religiosa, los bandidos toman la negativa como una ofensa y reaccionan castigando al niño poniendo su cabeza e un torno de carpintero dándole varias vueltas a la manivela hasta que la cabeza quedara bien sujeta. La victima llegó a la mayoría de edad con la cabeza pelada, en forma de nuez y un rostro donde, en vez de boca había una enorme cavidad ovalada debajo de la nariz. Los que lo veían por primera vez se desmayaban instantáneamente ante el aspecto del horrible rostro. Curiosamente, los bandidos le permitían estar en su cuartel general con la condición que se tapara el rostro con una máscara roja hecha de pétalos de amapola…
La descripción del rostro del “Hombre que ríe” me recuerda mucho al cuadro llamado “El grito” Edvard Munch que expresa un sufrimiento profundo, pero no es lo que siente “El hombre que ríe”, al parecer acepta su aspecto y aprende a vivir con ello. Muchas cosas pueden decirse del “Hombre que ríe”, pero jamás que fue un cobarde.